El olor de la sangre a menudo se describe como metálico o cobrizo. Esto se debe a la presencia de hierro en la hemoglobina, la proteína de los glóbulos rojos que transporta oxígeno. Cuando la sangre se expone al aire, el hierro de la hemoglobina se oxida y produce un olor característico. Otros compuestos que contribuyen al olor de la sangre incluyen dióxido de carbono, amoníaco y ácido láctico.