Para una víctima infantil, la profundidad correcta de compresión torácica es de aproximadamente 3,8 a 5 centímetros (1,5 a 2 pulgadas). Esta profundidad debe ser suficiente para permitir una circulación sanguínea eficaz y al mismo tiempo minimizar el riesgo de daño a los órganos internos. Es fundamental garantizar la colocación adecuada de las manos y evitar comprimir la parte superior del abdomen al realizar compresiones torácicas en un niño.